miércoles, 30 de julio de 2025

Crónicas de un naufragio anunciado



Por José Luis Milia * publicado por www.laprensa.com.ar

Relatos de un país cuya dirigencia política olvidó el mar, la guerra y la vergüenza.

Hubo un tiempo -no tan lejano como convendría- en que la Argentina tenía submarinos que navegaban, aviones que volaban y marinos que sabían por qué el mar no es solo agua salada. Un tiempo en que la palabra “disuasión” no era una metáfora vacía, sino una doctrina escrita con tinta, acero, pólvora y petróleo.

Hubo un tiempo, también, en que la Armada de la República Argentina era la más poderosa del hemisferio sur. Teníamos portaaviones que surcaban el Atlántico con dignidad y presencia, destructores que cortaban las olas con precisión quirúrgica, fragatas que patrullaban nuestras aguas con la certeza de que el mar era nuestro y había que demostrarlo. El ARA 25 de Mayo no era una reliquia, sino un símbolo de proyección. El Santísima Trinidad y el Hércules no eran nombres de archivo, sino acero vivo, con tripulaciones entrenadas, listas, orgullosas.

En aquellos años, la Armada no era solo una fuerza militar: era una escuela de estrategia, una reserva de soberanía, un recordatorio flotante de que la Argentina alguna vez pensó en grande. Desde los astilleros de Río Santiago hasta las maniobras conjuntas con otras potencias, había una conciencia marítima que hoy parece ciencia ficción. No éramos espectadores del mar: éramos actores. Y a veces, protagonistas. Hoy, en cambio, solo flotamos.

Flotamos en discursos, en promesas, en presupuestos que no alcanzan ni para pintar la línea de flotación. Flotamos en la nostalgia de Malvinas, en la épica de archivo, en la retórica de los que nunca pisaron una cubierta ni escucharon sonar activo en la noche. Flotamos, sí, pero no navegamos. Y mucho menos combatimos.

Este escrito no es un homenaje. Tampoco es una denuncia. Es, simplemente, un inventario de ausencias. Una bitácora de “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Una serie de crónicas escritas desde el borde de la derrota, no la militar -que esa ya la conocemos- sino la moral, la estratégica, la cultural.

La Argentina es un país con submarinos que ya no zarpan, con aviones que no despegan, con astilleros que construyen promesas y con un inmenso mar que nos pertenece solo en los mapas. Podemos pensarlo con rabia, con ironía, con tristeza. A veces con furia. Pero siempre con la certeza de que la decadencia no es un accidente: es una decisión política sostenida en el tiempo.

Porque no se trata solo de barcos. Se trata de visión. De entender que el mar no es una frontera, sino una puerta. Que la defensa no es un gasto, sino una inversión en dignidad. Que la soberanía no se declama: se ejerce.

Estas crónicas no buscan consuelo. Buscan memoria. Porque un país que olvida cómo se defiende, termina por no saber qué defender. Y entonces, ya no importa si el enemigo viene del norte, del sur o de adentro. Porque cuando llegue -y siempre llega- no encontrará resistencia. Solo silencio. Y óxido.

LA FLOTA INVISIBLE

La Armada Argentina tiene barcos. Muchos. Algunos navegan. Otros flotan. Algunos están en servicio. Otros están en PowerPoint. Y otros, los más honestos, están en museos. O deberían.

El inventario oficial dice que hay más de 40 unidades. Pero hay que leer entre líneas. Porque, lamentablemente, en la Armada, no todo lo que figura existe. Y no todo lo que existe, funciona.

SUBMARINOS

* ARA Santa Cruz (S-41): en “reserva”. Traducción: no navega desde hace años. La reparación de media vida fue cancelada. Hoy es un monumento flotante a la indecisión.

* ARA Salta (S-31): amarrado como buque de instrucción. Solo puede navegar en superficie. Es decir, no es un submarino. Es un barco que se cree submarino.

DESTRUCTORES CLASE MEKO 360

* ARA Almirante Brown, La Argentina, Sarandí: en servicio, aunque con sistemas obsoletos y mantenimiento intermitente.

* ARA Heroína: oficialmente retirada en 2024. Extraoficialmente, llevaba años sin moverse.

CORBETAS CLASE MEKO 140

* Seis unidades. Algunas operativas. Otras en reparación eterna. La ARA Parker, por ejemplo, fue declarada “en conversión a patrullero oceánico”. En 2021. En 2025 sigue esperando.

PATRULLEROS OCEÁNICOS (OPV Gowind)

* Cuatro unidades nuevas: ARA Bouchard, ARA Piedrabuena, ARA Storni, ARA Cordero. Compradas a Francia. Son lo más moderno que tiene la Armada. Patrullan, vigilan, sacan fotos. Pero no combaten.

BUQUES DE APOYO Y ANFIBIOS

* ARA Bahía San Blas: buque logístico de 1978. Sigue en servicio. Porque no hay otro. El resto, ARA Canal de Beagle está, prácticamente, fuera de servicio, aunque formalmente en inventario. Y el ARA Patagonia carece de recursos para una operación sostenida. La Armada Argentina no posee actualmente ningún buque del tipo LPD (Landing Platform Dock), LST (Landing Ship Tank), ni LHD (Landing Helicopter Dock), que son los buques diseñados específicamente para operaciones anfibias de envergadura.

* Proyectos de buques polares, de desembarco y de transporte: todos en fase de diseño. Desde hace años.

* Lanchas rápidas, lanchas de desembarco, patrulleras fluviales, unidades menores; algunas datan de los años 70. Otras fueron reacondicionadas. Otras simplemente están ahí, como parte del decorado.

Porque la Argentina vive una paradoja, su Armada tiene barcos. Pero no tiene flota. Tiene nombres. Pero no tiene presencia. Tiene tripulaciones que entrenan con simuladores, pero no con mar. Tiene planes de modernización que se actualizan cada año, como si la defensa fuera un archivo de Excel.

Y lo más trágico no es solo la falta de medios. Es la falta de una política de defensa nacional. Porque una flota a la cual no se le señala una política estratégica, es como un ejército que no se prepara para la guerra: una ficción cara. Una ceremonia vacía. Una flota invisible.

EL ARMA SILENCIOSA QUE HICIERON CALLAR

"Alguna vez fuimos" -esa letanía melancólica que atraviesa la historia argentina como un eco obstinado- resuena también bajo el agua. Porque sí, hubo un tiempo en que Argentina no solo tuvo submarinos: los supo operar, los hizo temibles y los convirtió en herramientas de disuasión real en el Atlántico Sur.

Durante décadas, la Armada Argentina lideró en operaciones submarinas en la región. No era solo cuestión de fierros: había doctrina, había entrenamiento, había una oficialidad que entendía el mar como un teatro de operaciones. Las unidades eran capaces de vigilar, proteger y disuadir. Y lo hacían.

Los ejemplos no son anécdotas: son pruebas. El viejo Santa Fe, una reliquia de la Segunda Guerra, navegó hasta las Georgias en 1982, el submarino, pese a su obsolescencia, y su tripulación desafiaron al inglés con coraje y audacia. El San Luis, por su parte, patrulló durante 39 días las aguas de Malvinas, sumergido bajo una flota británica que lo buscaba con furia y sin éxito. No disparó por azar: disparó torpedos que fallaron por fallas técnicas, no por falta de voluntad. Lo que no falló fue su tripulación.

Pero todo eso terminó el 15 de noviembre de 2017. Con la desaparición del ARA San Juan y sus 44 tripulantes, no solo se perdió una nave: se extinguió un arma. Murieron héroes, pero también quedó al desnudo una verdad incómoda: desde 1983, la Armada Argentina ha sido víctima de un desarme progresivo, silencioso y muchas veces negado. No por enemigos externos, sino por la desidia política interna.

Hoy no hay submarinos operativos. Lo que queda son cascos oxidados, proyectos inconclusos y promesas recicladas. La falta de inversión, de mantenimiento y de visión estratégica ha desmantelado una capacidad que costó décadas construir. Y mientras tanto, flotas extranjeras saquean el Atlántico Sur con impunidad, y potencias regionales como Chile, Brasil e Inglaterra refuerzan su presencia militar en la zona.

Chile, por ejemplo, ya opera cuatro submarinos modernos -dos son clase Scorpène y dos, clase 209/1400L- y se encuentra en fase de preinversión para adquirir unidades para reemplazar los 209/1400L con submarinos de última generación. Brasil, por su parte, ha dado un salto cualitativo: está construyendo el primer submarino nuclear de América Latina, el Álvaro Alberto, con asistencia tecnológica francesa. Tendrá propulsión nuclear, misiles de largo alcance y una autonomía de hasta siete años sin recarga.

Sin submarinos, no hay disuasión. Sin disuasión, no hay soberanía efectiva. La Patagonia azul -ese mar inmenso que rodea nuestras costas- se vuelve cada día más vulnerable. Y en ese vacío, otros avanzan.

El desguace de la fuerza submarina no es solo un problema militar: es una renuncia política. Es aceptar que el país no tiene cómo defender sus recursos estratégicos, ni cómo proteger su proyección marítima. Es resignarse a mirar desde la costa cómo otros deciden el destino de nuestras aguas. Alguna vez fuimos. Pero ya no. Y lo peor es que ni siquiera parece doler.

ALAS ROTAS SOBRE EL ATLÁNTICO

Los Super Étendard están ahí. Quietos. Inmóviles. Como estatuas de una guerra que ya nadie recuerda con precisión. Cinco fierros franceses, pintados de gris naval, durmiendo en hangares que huelen a humedad, kerosene viejo y abandono. Llegaron en 2019, con bombos, platillos y promesas. “Los aviones que hundieron al Sheffield”, decían. Como si el pasado pudiera despegar. Pero no vuelan. Nunca volaron. Nunca van a volar.

Faltan repuestos, dicen. Faltan técnicos, dicen. Lo que no dicen es que falta voluntad política. Porque eso no se arregla con presupuesto ni con convenios. Eso se pudre desde adentro. Como el fuselaje de un avión que lleva años sin mantenimiento.

Los pilotos entrenan en simuladores que no simulan nada. Los mecánicos hacen lo que pueden con lo que tienen, que es poco y cada vez menos. Y los jefes, los de uniforme planchado y sonrisa de despacho, repiten el libreto: “estamos trabajando para su pronta incorporación operativa”. Como si la guerra esperara.

Mientras tanto, Chile vuela. Brasil vuela. Perú vuela. Nosotros archivamos. Guardamos los aviones como quien guarda una culpa. O una mentira.

Y no es solo el Super Étendard. Es la aviación naval entera. La que alguna vez cruzó el Atlántico en formación cerrada. La que voló bajo el radar británico y le hundió buques. La que entrenaba con portaaviones y sabía lo que era un ataque coordinado. Hoy no queda nada de eso. Solo hangares vacíos, pilotos frustrados y una bandera que flamea por costumbre.

La disuasión, esa palabra que suena a doctrina y a pólvora, se ha convertido en un trámite administrativo. En una nota de prensa. En una foto con fondo de chatarra.

Y el Atlántico, que alguna vez fue nuestro campo de batalla, hoy es solo un espejo donde se refleja la derrota.

ANTÁRTIDA: EL SUR QUE YA NO NOS PERTENECE

Hay un mapa -viejo, amarillento, colgado en alguna escuela pública del sur- donde la Antártida aparece como una prolongación natural de la Patagonia. Un triángulo blanco que se extiende desde el continente como una promesa, una herencia, un destino. Ese mapa, como tantos otros en la historia argentina, ya no representa la realidad. Solo la nostalgia.

La Argentina reclama soberanía sobre un sector de la Antártida desde principios del siglo XX. Lo hace con argumentos geográficos, históricos, jurídicos. Lo hace con documentos, con tratados, con discursos. Pero no con hechos. Porque la soberanía, como el amor o la fe, no se declama: se ejerce. Y hoy, no se ejerce.

Las bases están. Algunas. Otras no abren. Otras no llegan a abrir. Los vuelos logísticos se cancelan por falta de repuestos, de aviones, de voluntad. Los helicópteros Bell 212, que deberían trasladar científicos desde Marambio a Carlini, Esperanza o Petrel, llevan meses fuera de servicio. La campaña antártica se improvisa, se recorta, se posterga. Y la ciencia -esa forma civilizada de la soberanía- se suspende. Por segundo año consecutivo, se canceló el estudio del pingüino emperador. No por el clima. Por el desinterés.

Mientras tanto, otros países avanzan. Chile moderniza su base Frei. Reino Unido amplía su presencia en las islas. China construye estaciones con precisión milimétrica. Y nosotros, que fuimos pioneros, que fundamos Orcadas en 1904, que soñamos con una Argentina bicontinental, hoy apenas sobrevivimos en el continente blanco.

El Tratado Antártico congela las reclamaciones, pero no las borra. La presencia activa sigue siendo la única forma de sostener el reclamo. Y la Argentina, que alguna vez fue ejemplo de presencia científica, hoy se retira en silencio. Como si el sur ya no le perteneciera. Como si el frío le diera miedo.

Borges escribió que el sur es un lugar metafísico. Un sitio donde el tiempo se curva y la identidad se revela. Tal vez por eso duele tanto perderlo. Porque no se trata solo de geografía. Se trata de memoria. De dignidad. De saber que hay un punto en el mapa donde todavía podríamos ser lo que alguna vez fuimos.

Pero para eso, habría que volver. Y no con discursos. Con barcos. Con aviones. Con científicos. Con voluntad. Y eso, hoy, parece más lejano que el Polo Sur.

EL PORTAZO QUE NADIE ESCUCHO

No hubo comunicado oficial. No hubo cadena nacional. No hubo siquiera una filtración conveniente. Solo un silencio espeso, burocrático, como esos que se acumulan en los pasillos del Ministerio de Defensa cuando alguien decide que es mejor no hacer olas.

En 2011, la Armada Argentina se retiró del programa UNITAS, el ejercicio naval más antiguo del hemisferio occidental. Lo hizo sin escándalo, sin explicaciones, sin estrategia. Fue un portazo sin ruido. Un gesto que pasó desapercibido para la prensa, para la política, para casi todos. Pero no para los que entienden de mar, de alianzas, de señales.

UNITAS no era solo un ejercicio. Era una mesa. Una red. Un idioma común entre marinas que, más allá de sus diferencias, compartían protocolos, maniobras, interoperabilidad. Participar era estar. Retirarse era desaparecer.

La decisión fue política, por supuesto. Como casi todo en la defensa argentina. Se dijo que era por “soberanía”, por “alineamientos”, por “autonomía estratégica”. Palabras grandes para justificar una ausencia. Pero la verdad era más simple: no había barcos. No había presupuesto. No había voluntad.

Desde entonces, la Argentina se fue aislando. No solo de Estados Unidos, que era el blanco fácil del discurso, sino de Brasil, de Chile, de Colombia, de Perú. Países que siguieron entrenando, modernizando, cooperando. Países que entendieron que la defensa no es una consigna ideológica, sino una herramienta de poder.

Mientras tanto, en Buenos Aires, se multiplicaban los discursos sobre “la Patria Grande”, “la multipolaridad” y “la autodeterminación”. Pero los radares no funcionaban, los submarinos no zarpaban y los aviones no despegaban. La autonomía estratégica se convirtió en autarquía táctica. Y la soberanía en una palabra hueca.

Hoy, la Armada argentina no participa en UNITAS. Ni en PANAMAX. Ni en RIMPAC. Ni en casi nada. Sus oficiales jóvenes no entrenan con otras marinas. Sus sistemas no se calibran con estándares OTAN ni con doctrina regional. Sus barcos, cuando navegan, lo hacen solos. Como fantasmas. Y lo más grave no es que nos hayamos ido. Lo más grave es que nadie nos extraña

INFANTERÍA DE MARINA: SOLDADOS DE UNA NACION QUE OLVIDÓ SUS COSTAS

En Baterías, entre hangares oxidados y galpones que huelen a pólvora vieja, todavía se entrenan. Corren. Cargan. Desembarcan. Gritan órdenes que el viento arrastra hacia el mar. Son los infantes de marina. Los últimos soldados anfibios de un país que ya no se acerca al agua. La Infantería de Marina Argentina fue, durante décadas, una fuerza de élite. Capaz de proyectar poder desde el mar, de operar en el monte, en la nieve, en el barro. En Malvinas combatieron con coraje y precisión. Hoy, sobreviven con lo que hay. Que es poco. Que es nada.

Tienen tres ambientes operativos:

La Brigada Anfibia (FAIF), entrenada para desembarcos. La Fuerza de Infantería de Marina Austral, con base en Ushuaia, especializada en clima frío. El Batallón Nº3, en el litoral fluvial, para operaciones ribereñas.

En teoría, es una fuerza versátil, moderna, estratégica. En la práctica, es una fuerza que entrena con vehículos re motorizados por empresas privadas, que dispara, cuando puede, morteros de los años 80, y que ahora incorpora drones gracias a cursos brindados por empresas civiles. Porque el Estado no llega. O llega tarde.

En 2025, se capacitaron en el uso de sistemas aéreos no tripulados. Aprendieron a volar drones para reconocimiento, topografía, vigilancia. Lo hicieron con entusiasmo. Con profesionalismo. Con resignación. Porque saben que no hay reemplazo para los vehículos anfibios infinitamente reparados, ni para los buques de desembarco que no existen.

Y sin buques, no hay operación anfibia. Y sin operación anfibia, no hay Infantería de Marina. Solo queda el nombre. El uniforme. El recuerdo.

Pero ellos siguen. Porque la mística no se desactiva por decreto. Porque la arena húmeda y fría de las playas no se negocia. Porque alguien tiene que estar ahí cuando el país recuerde que tiene costas, archipiélagos, ríos, islas. Y enemigos. Hasta entonces, entrenan. En silencio. En soledad. En tierra de nadie.

LA INDUSTRIA NAVAL ARGENTINA

En Argentina, los astilleros no construyen barcos. Construyen discursos de campaña. Tandanor y Río Santiago, dos nombres que alguna vez significaron soberanía, hoy son sinónimos de abandono. Donde antes se forjaban estructuras navales, hoy se levanta escenografía política. Y donde alguna vez tronó el acero, hoy reina el silencio.

Mientras tanto, en Chile, el astillero ASMAR (Astilleros y Maestranzas de la Armada) -fundado en 1962- ha construido 115 buques. Ya terminó un rompehielos y un OPV para su armada. En 2026, comenzará a construir una fragata. Y exporta.

TANDANOR

En Tandanor siempre hay olor a pintura fresca. Aunque no se pinte nada. Es un olor institucional, como el perfume rancio de la demagogia. Cada vez que un ministro pisa sus gradas, con casco blanco y sonrisa de campaña, se repite la misma ceremonia: “Vamos a recuperar la industria naval”. Los operarios asienten. Por costumbre. O por resignación. Hubo un tiempo en que el astillero Talleres Navales Dársena Norte fue emblema de capacidad y orgullo. Hoy es decorado. Un museo funcional. Una ruina que se activa para la foto.

En sus gradas se oxidan proyectos que no zarparon jamás: remolcadores inconclusos, corbetas convertidas en chatarra de promesa, buques polares congelados en planos. Todo está “en ejecución”. Nada se completa.

La corbeta ARA Parker, por ejemplo, ingresó en 2021 para ser transformada en patrullero oceánico. En 2025, sigue esperando. El plan de doce remolcadores tiene uno al 85%, otro a medio terminar y nueve que viven en PowerPoint. El buque polar que debía acompañar al Irízar se deshizo antes de nacer: un millón y medio de dólares impagos a la empresa finlandesa que diseñaba los planos. Menos que una campaña electoral en una provincia del interior.

La paciencia naval, que se mide en décadas y nudos, se agota. La Armada evalúa cortar relaciones con el astillero. El Gobierno, sin entender nada, coquetea con la privatización. Como si el problema fuera la propiedad, y no la desidia.

La historia de Tandanor es la del país: privatizado con fraude en los 90, “recuperado” con épica nacional y popular en 2007 y, finalmente, paralizado por omisión y cinismo. Un cadáver estatal embalsamado con comunicados. Y cada tanto, una mano de pintura. Un acto. Una cinta cortada. Y el humo -siempre el humo espeso de la política argentina- lo cubre todo. Hasta la próxima promesa.

RÍO SANTIAGO

En la grada número uno del Astillero Río Santiago hay un barco que aún se llama Eva Perón. Aunque podría llamarse Ironía. O simplemente “el barco que no fue”.

Lleva más de una década ahí, a medio terminar. A su lado, el Juana Azurduy espera su turno para ser olvidado. Está al 50%. Como el país. Fundado en 1953, Río Santiago fue símbolo de soberanía industrial. Hoy es símbolo de la decadencia política nacional: promesas incumplidas, fondos desviados, discursos que no flotan. En 2009, el gobierno provincial redirigió 23 millones de dólares destinados a esos buques para terminar el Estadio Único de La Plata. Ni Scioli, ni Vidal, ni Kicillof devolvieron el dinero. Ni la dignidad.

En 2025, más de mil trabajadores -no los ñoquis, los verdaderos- marcharon bajo la lluvia desde Ensenada hasta La Plata. Exigieron lo básico: que el astillero funcione. Que se construyan barcos. Que no se los condene a custodiar ruinas. El Estado respondió con tecnicismos…, y decretos para importar buques usados y más banderas de conveniencia. Como si la soberanía fuera optativa. Como si el acero pudiera esperar.

Se entregaron dos lanchas LICA, se construyó una compuerta para Puerto Belgrano, se diseñó un dique flotante para Ushuaia. Todo útil. Todo menor. Todo insuficiente.

Porque el problema no es técnico. Es político. Es moral. Es cultural. Río Santiago no está paralizado por incapacidad. Está detenido por cobardía. Por complicidad. Por una dirigencia que teme enfrentar jerarcas sindicales con chalecos antibalas y autos blindados. Por una política que prefiere desguazar antes que construir.

LA DERIVA

En Argentina, los astilleros no hacen barcos. Hacen memoria de lo que fuimos. Monumentos a lo que no supimos defender. Museos de acero muerto. La industria naval argentina no colapsó. Fue desactivada. A propósito. Por cobardía. Por corrupción. Por abandono.

Y en cada grada vacía, en cada casco sin terminar, en cada operario sin herramientas, hay una pregunta que retumba como eco de cañón sin carga: ¿Cómo se defiende una patria que ya no sabe construir barcos?

EL MAR QUE NOS MIRA CON LÁSTIMA

El mar no olvida. Puede parecer indiferente, con su oleaje monótono y su horizonte sin fin, pero recuerda. Recuerda los cascos que lo surcaron, los nombres pintados en gris naval, las hélices que lo cortaban con precisión de acero. Recuerda los ejercicios, las maniobras, los combates. Recuerda a los hombres que lo respetaban. Y también recuerda a los que lo abandonaron.

Hoy, el mar mira hacia la costa argentina con una mezcla de lástima y paciencia. Sabe que ya no lo recorren submarinos. Que los destructores envejecen en silencio. Que los aviones no despegan. Que los astilleros prometen lo que no construyen. Que la soberanía se declama, pero no se ejerce.

El mar, que alguna vez fue frontera y escudo, se ha convertido en un espejo. Y lo que refleja es una nación que se ha dado la espalda a sí misma. Una nación que olvida que el mar no es solo agua: es comercio, defensa, ciencia, historia. Es poder. Es destino.

Los países que entienden eso construyen flotas, entrenan marinos, diseñan estrategias. Los que no, organizan actos, pintan barcos viejos y escriben discursos que se oxidan antes que los cascos.

Pero el mar sigue ahí. Esperando. Como un testigo. Como un juez. Como un dios antiguo que no castiga, pero tampoco perdona.

Y quizás algún día, cuando la Argentina recuerde quién fue, vuelva a mirarlo de frente. No con nostalgia. Con decisión. Con respeto. Con barcos. Hasta entonces, el mar nos mira. Y no dice nada. Porque ya lo dijo todo.

* josemilia_686@hotmail.com



jueves, 17 de junio de 2021

DESIDERATA

 DESIDERATA

         Camina plácido entre el ruido y la prisa y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio. En cuanto te sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones con todas las personas. Enuncia tu verdad de una manera serena y clara, escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante, también ellos tienen su propia historia. Esquiva a las personas ruidosas y agresivas, ya que son un fastidio para el espíritu. Si te comparas con los demás te volverás vano y amargado, pues siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú. Disfruta de tus éxitos lo mismo que de tus planes; mantén el interés en tu propia carrera por humilde que sea, ella es un verdadero tesoro en el fortuito cambiar de los tiempos. Sé cauto en tus negocios, pues el mundo está lleno de engaño, mas no dejes que esto te vuelva ciego para la virtud que existe. Hay muchas personas que se esfuerzan por alcanzar nobles ideales, la vida esta llena de heroísmos. Sé sincero contigo mismo, en especial no finjas el afecto y no seas cínico en el amor, pues en medio de todas las arideces y desengaños, es perenne como la piedra.

Acata dócilmente el consejo de los años abandonando con donaire las cosas de la juventud. Cultiva la firmeza del espíritu para que te proteja en las adversidades repentinas, muchos temores nacen de la fatiga y la soledad. Sobre una sana disciplina, sé benigno contigo mismo. Tú eres una criatura del universo, no menos que las plantas y las estrellas tienes derecho a existir y sea que te resulte claro o no, indudablemente el universo marcha como debiera. Por eso debes estar en paz con Dios cualquiera que sea la idea que tengas de él, y sea cuales fueren tus trabajos y aspiraciones. Conserva la paz con tu alma en la bulliciosa confusión de la vida; aun con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos, el mundo es todavía hermoso.

Sé cauto, esfuérzate por ser feliz.

                                                       Oración anónima del siglo V.



domingo, 6 de junio de 2021

"REBIRTH"

 "REBIRTH"


En el día del juicio El Navío Eterno Navega Las Aguas Inmortales buscando Las Almas en las habitaciones oscuras de la tierra, allí donde los peces dejan sus esqueletos y se vuelven piedras..
En ese vacío pude observarme en el espejo del olvido y firmé un nuevo acuerdo en el manifiesto de la vida..
En ese reflejo guardé la promesa de soñar despierta y desadormecer los sentidos, esfinges pacientes del portal que alumbran el camino..
En ese vacío primordial pude sentir morir mil veces las infinitas cáscaras, y oír el peso del corazón que todavía clama en la balanza un nuevo amanecer..
En la memoria del destino el aleteo de la abeja dorada susurra...
"He sido, Soy y Seré por Siempre".
Es Tiempo... Ahora Despierta!!!

Solange Agterberg

Imagen : Caronte-color-Isabel-Freijedo



lunes, 5 de octubre de 2020

ENTRE AMIGOS

Antes del comienzo de esta bendita pandemia que nos está cambiando la vida a mas de uno, un camada colgó en Whatsapp esta foto del pasado, en la que está presente un gran amigo y hermano que ya no está entre nosotros, pero que fué para mí un amigazo y compañero inseparable en buenas y malas durante los jóvenes años que recorríamos inocentemente las calles de la vida, con esa impunidad que te dá la juventud y con esa sensación de que nunca te va a pasar nada malo o mortal.

Con ese mismo traje de neoprene, se fue para siempre, por lo menos en lo físico, dejando una esposa, una hija, y un montón de dudas, de conjeturas, de cosas buenas y malas, además de un montón de mierda, porqué no decirlo.

Pero de esto último no quiero hablar acá, ya que no tiene sentido y los mas de veintinueve años que pasaron desde su partida acomodaron todo, las heridas se curaron y nos acostumbramos a sus cicatrices: el barro del tiempo tapó todo aunque todo esté ahí. De nuestro inconsciente nada se va.

En esta foto está señalado con un sobrenombre, feliz en su medio natural, el agua, la misma agua que se lo llevaría el día de su encuentro con Dios, que lo llevaría lejos de nosotros: se fue antes.... Dios lo quiso así....

Nada.... que te puedo decir Mike!!!! Las cosas no fueron como lo soñamos, pero nunca es así...

Solo te puedo decir que tengo fe que algún día nos veremos de nuevo, y nos comeremos dos kilos de manzanas deliciosas matizadas con algún mate mientras lavamos bandejas en la comisión de víveres del cielo o del infierno, y nos cagaremos de risa de todo lo que nos pasó en el interín...

Reiremos fuerte y cuanto mas fuerte mejor.....

Post iusum

Es muy bonito callar,
pero reír mas bello todavía
Cuando un cielo de seda nos cobija
Y recostados sobre el musgo suave,
reímos francamente , sin nada
que amengüe o turbe la expansión amiga.

Si procedo bien , caballeros ,
y si procedo mal , podemos reír ,
pero siguiendo firmes en la empresa.
Cuando mayor sea el daño,
mayor risa se nos ofrece
hasta que descendamos en la huesa..... 

                                                  Anónimo

M.J.D. 5 de Octubre de 2020

Fotografía de Alejandro Rodriguez, Promoción 32

miércoles, 17 de junio de 2020

Los siervos de la gleba

Los siervos de la gleba

Por Antonio García

Siempre he opinada que el pasado, la Historia, no está para juzgarla, sino para conocerla y aprender de ella. Pero también ocurre que, con nuestra mentalidad moderna, cuando tenemos conocimiento de situaciones que se dieron hace cientos o miles de años, lanzamos sobre ellas una crítica despiadada creyendo que hemos llegado a las condiciones actuales por arte de birli-birloque, sin entender el lento, lentísimo proceso de desarrollo, cambio y evolución de la humanidad, en todos los sentidos, si bien últimamente acelerado en algunos aspectos de tal forma que da vértigo.

En las primeras civilizaciones “avanzadas” el sistema de producción fue la esclavitud. Era lo normal. Así se entendía y así estaba asentado el sistema social y económico. El esclavo no tenía ningún derecho, ni siquiera el de la vida. Su dueño poseía el derecho sobre su vida y su muerte. Tampoco les estaba permitido tener familia y si una esclava paría un hijo, éste podía ser vendido lo mismo que un animal. Realmente estamos hablando de formas de vida infrahumanas. En pocas palabras, no se les consideraba personas y, por tanto, no gozaban de ninguno de los reconocimientos debidos al ciudadano normal. Esta era, por decirlo brevemente, una “situación normal” en aquellos tiempos.

En el extremo opuesto nos encontramos con el “hombre libre”, pero ese cambio no pudo darse de la noche a la mañana, por más que ahora nos hubiese gustado o pensemos que debería haber sido así. No hubiera sido posible la abolición brusca de la esclavitud. Por un lado, habría provocado perturbaciones desastrosas, al hallarse tan asentado en la sociedad dicho sistema. Es más, no habría sido eficaz. Pero es que además, los esclavos, al carecer de medios de subsistencia independientes, hubieran tenido que optar por morir de hambre o volver a su situación anterior al lado de sus antiguos amos, donde al menos tenía cobijo, comida y protección.

El cambio, digamos el paso intermedio entre el esclavo y el hombre libre fue el de “los siervos de la gleba”.

Al final del Imperio Romano, y por influencia del cristianismo, a los esclavos se les reconoció el derecho al matrimonio. Aunque no era todavía el derecho al matrimonio del hombre libre. Si el amo lo deseaba, podía separar a los cónyuges y venderlos. Pero con la intervención de la Iglesia Católica en la Europa medieval, se conoció, por primera vez en la Historia un continente sin esclavitud, aunque no estábamos aún en el actual régimen de derechos.

El “siervo de la gleba” se integraba en el sistema feudal. En su origen latino, esta palabra, “gleba”, significa terrón que se levanta con el arado. Tierra de cultivo.

Los siervos de la gleba estaban “adscritos” a la tierra. Y si el propietario vendía la finca, el siervo iba con ella, pasando a depender del nuevo señor. Pero gozaba de mayores consideraciones. El amo, convertido en señor, ya no tenía facultad plena sobre la vida ni sobre la persona del siervo. Gozaba del derecho de contraer matrimonio y formar una familia. De lo que sembraban y cosechaban, una parte les pertenecía. Incluso a veces labraban a sus expensas, con la obligación de entregarle parte de los frutos al señor. O pagarles ciertos tributos y prestarle determinados servicios. El señor les protegía, pero ellos estaban comprometidos a participar en cualquier acción guerrera que el señor emprendiese. También existía la opción de hacerse voluntariamente siervo de la gleba, pues en aquellos tiempos de convulsiones y pobreza, podía hacerse necesario huir del hambre, del peligro, o verse en la imposibilidad de pagar deudas… ó cualquier otro motivo de desesperación.

La condición de siervo de la gleba era hereditaria. De manera que los hijos permanecían de igual manera atados a esta servidumbre. Solo podían casarse con sus iguales, y si un no siervo se casaba con alguno de ellos, adquiría la misma condición de éste último.

Pero no todos fueron males en la servidumbre de la gleba, pues, por condescendencia de los señores, por abandono de éstos o por otras causas, los siervos pasaron en ocasiones a censatarios, y de aquí dieron el salto definitivo en su emancipación, al transformarse en propietarios de la tierra. La extinción de la servidumbre personal se producía por concesión del señor o por pacto, que atenuaba en grado mayor o menor el estado de siervo. Socialmente, la desaparición de esta servidumbre territorial comienza en España dos centurias antes que en Francia, y no termina en realidad hasta que Rusia, en 1861, declaró la emancipación de la servidumbre. Explico todo esto a raíz de la conversación que hace unos días tuve con un amigo. Me dijo: <<nada ha cambiado, solo la forma de manejarnos>>. Hablábamos de las actuales “clases” sociales: los poderosos –los amos o señores-, una clase media venida a menos y el resto de la población, los esclavos. Salvando pues las distancias, y de una forma u otra, siguen –o seguimos- existiendo en nuestros días, y así será siempre, los siervos de la gleba. Es decir, la servidumbre.

Quizás mi amigo estaba equivocado en sus apreciaciones. ¿O tal vez no? Lo dejo a la opinión de ustedes, queridos lectores.

FUENTE:

https://elfarodehellin.com/los-siervos-de-la-gleba/

lunes, 23 de septiembre de 2019

Frases, Tiempo y Olvido

"Me basta un solo recuerdo para comprender la crueldad del tiempo."
 

"En mi barco de locura, navego hacia la isla del silencio, mientras oigo proveniente de
la costa, la verborragia indolente de los cuerdos. "
 

"Me ofiecieron el olvido y ahora no sé quién soy."
 

"Cierra el grifo, mujer, que me estoy desangrando. "
 

"Quise quitar una pequeñísima mancha y tras lograrlo comprendí que había borrado
mi vida "
 

"Fractal destino el mío. Viví varias muertes, pero sólo una se ha de llevar las mil vidas
mias. ”
 

"Moliendo huesos, el Gran Titiritero acaba su función. "
 

WELSCH




martes, 16 de julio de 2019

Aprendí y decidí.

Aprendí y decidí.

Después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar.
Decidí no esperar las oportunidades sino buscarlas.
Decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar la solución.
Decidí ver cada desierto como la oortunidad de encontrar un oasis.
Decidí ver cada noche como un misterio a resolver.
Decidí ver cada día como una nueva oportunidad de ser feliz.
Aquel día descubrí que mi único rival son mis propias debilidades, y que en ellas se encuentra la mejor forma de superarme.
Dejé de temer perder, y empecé a temer no ganar.
Descubrí que nunca fuí el mejor, y que quizás nunca lo fuí.
Me dejó de importar quien ganara o perdiera: ahora me importa simplemente saberme mejor que ayer.
aprendí que lo difícil es no llegar a la cima, sino jamás dejar de subir.
Aprendí que el mejor triunfo es tener el derecho de llamar a alguien "amigo".
Dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mi tenue luz de este presente.
Aprendí que nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.
Aquel día dicidí a cambiar muchas cosas, y aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad.
Desde entonces no duermo para descansar, sino para soñar.


Encotrado entre unos papeles viejos de Omar Sigot